Madriles

Nació un 26 de noviembre de 1910 en Madrid. Por eso, aunque su verdadero nombre era Enrique Iglesias, todo el mundo le llamaba “El Madriles”. La falta de originalidad de los bilbainos para ponerle el mote fue más que compensada por el inmenso cariño que profesaban a ese vagabundo que sólo tenía por tejado una desastrosa txapela.

De su vida se sabe poco, salvo que llegó a Bilbao antes de la guerra y fue buscándose la vida en trabajos precarios y mal remunerados. Cuando llevaba dos txikitos de más, solía decirle al viento que él era el sobrino de Pablo Iglesias Posse. Nadie sabe si aquello era cierto, pero no cabe duda de que Madriles era un tipo con conciencia, que amaba la libertad y odiaba a quienes se lucraban de su necesidad de un techo. Por eso, un día, se hartó de gastar en una pensión el poco dinero que ganaba recogiendo cartones. Es verdad eso que dicen: a ningún sin techo le obligan a vivir en la calle, les empujan a sobrevivir en ella. Madriles luchaba contra el frío y la humedad cada noche bajo los arcos de la ribera, lo que en una ocasión le provocó una pulmonía que casi se lo lleva.

Pero Bilbao ha sido, es y será una ciudad habitada por gente de enormes corazones, que ama a sus iguales y que se desborda en solidaridad. Por eso, cuando a Madriles le robaron la carretilla con la que se ganaba la vida recogiendo cartones, todos y todas los y las currelas de las Siete Calles juntaron dinero para comprarle una nueva. Por eso, a Madriles nunca le faltó un rinconcito cálido en algún bar de Barrekale, en el que tomarse un café o un txikito, y para que ninguna pulmonía volviese a intentar arrebatarle a tan querido bilbaino, las noches más lluviosas los taberneros le dejaban dormir dentro de sus bares.

Aquella noche del 26 de agosto de 1983, el cielo se derramó sobre la villa. La ría ya no pudo contenerse más y se desbordó, arrasando con las fiestas, con la alegría y con todo lo que se encontró a su paso. Madriles, como cada noche de aquel lluvioso verano, dormía en un rincón de Barrenkale y allí se lo tragó el lodo. Después de aquello, Bilbao ya no volvió a ser la misma. A Madriles no lo mataron las riadas, a Madriles lo mató el sinhogarismo y la avaricia de quienes quisieron lucrarse con su necesidad de techo.

Hoy, igual que ayer, Bilbao es una ciudad luchadora y solidaria que acoge con los brazos abiertos a muchos otros Madriles. Da igual que hayas nacido a miles de kilómetros de la villa, da igual de dónde vengas: ¡nunca olvides que los bilbainos nacemos donde queremos!

Para mantener vivo su recuerdo y honrar su carácter, libre, indomable y algo cascarrabias, Bilboko Konpartsak creó un cabezudo en su honor y este hermoso mosaico, con el que Madriles vivirá eternamente en el corazón del casco viejo de Bilbao.

Escucha el audio de este texto: